Los instintos y sus destinos 1915-003/1924.en
1915-003/1924.en Los instintos y sus destinos
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    Los instintos y sus destinos.

    Hemos oido expresar mäs de una vez, la opiniön de,
    que una ciencia debe hallarse edificada sobre conceptos
    fundamentales, claros y precisamente definidos. En reali-
    dad, ninguna ciencia, ni aun la mäs exacta, comienza por
    tales definiciones. El verdadero principio de la actividad
    cientifica consiste mäs bien, en la descripciön de fenöme-
    nos, que luego son agrupados, ordenados y relacionados
    entre si. Ya en esta descripciön se hace inevitable aplicar
    al material determinadas ideas abstractas, extraidas de
    diversos secfores y, desde luego, no ünicamente de la
    ‚observaciön del nuevo conjunto de fenömenos descrito.:
    Mäs imprescindibles aün resultan tales ideas—los: ulte-:
    riores principios fundamentales de la ciencia—en la sub-
    siguiente elaboraciön de la materia. Al principio, han de.
    presentar un cierto grado de indeterminaciön y es imposi+
    ble hablar de una clara delimitaciön de su contenido,:
    Mientras permanecen en este estado, nos. concertamos
    sobre su significaciön por medio de repetidas referencias.
    al material del que parecen derivadas, pero que en reali-
    dad, les es subordinado. Presentan, pues, estrictamente.
    consideradas, el caräcter de convenciones, eircunstaneia:
    en la que todo depende de que no sean elegidas arbitra-,
    riamente sino que se hallen determinadas por importantes.
    relaciones con la materia empirica, relaciones que cree-,
    mos adivinar antes de hac&rsenos asequibles.su conoci-
    miento y demostraeiön. Sölo despues de una mäs profun-,

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    PROF. SS. FRE U D

    da investigaciön del campo de fenömenos de que se tra-
    te, resulta posible precisar mäs sus conceptos fundamen-
    tales cientificos y modificarlos progresivamente de
    manera a extender en gran medida su esfera de aplica-
    eiön, haciendolos asi irrebatibles. Este podrä ser el mo-
    mento de concretarlos en definiciones. Pero el progreso
    del conocimiento no tolera tampoco la inalterabilidad de
    las definiciones. Como nos lo evidencia el ejemplo de la
    Fisica, tambien los «conceptos fundamentales» fijados en
    definiciones experimentan una perpetua modificaciön de
    contenido.

    Un semejante principio bäsico convencional, todavia
    algo obscuro, pero del que no podemos prescindir en
    Psicologia, es el del instinto. Infentaremos esta-
    blecer su significaciön, aportändole contenido desde di-
    versos sectores.

    En primer lugar, desde el campo de la Fisiologia.
    Esta ciencia nos ha dado el concepto del estimulo y
    el esquema de reflejos, concepto segün el cual, un es-
    timulo aportado desde el exterior al tejido vivo (de
    la substancia nerviosa) es derivado hacia el exte-
    rior, por medio de la acciön. Esta acciön logra su fin
    sustrayendo la substancia estimulada a la influencia
    del estimulo, alejändola de la esfera de actuaciön delt
    mismo.

    4Cuäl es, ahora, la relaciön del «instinto» con el «esti-
    mulo»? Nada nos impide subordinar el concepto de ins-
    tinto al del.estimulo. El insfinto serfa entonces, un esti-
    mulo para lo psiquico. Mas en seguida advertimos la im-
    procedencia de equiparar el instinto al estimulo psiquico..
    Para lo psiquico existen evidentemente otros estimulos
    distintos de los instintivos y que se comportan mäs bien
    de’ un modo anälogo a los fisiolögicos. Asi, cuando la
    retina es herida por una intensa luz, no nos hallamos ante
    un estfmulo instintivo. Si, en cambio, cuando se hace

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    METAPSI1ICOLOOGCG TA

    perceptible la sequedad de las mucosas bucnles ola irri-
    taciön de las del estömago (1). : \ “4

    Tenemos ya material bastante: para distinguir 1os es-
    timulos instintivos de otros (fisiolögicos) que actian so-
    bre lo animico. En primer lugar, los estimulos instintivos-
    no proceden del mundo exterior sino del interior del or-
    ganismo. Por esta razön, actiian diferentemente sobre lo
    animico y exigen, para su supresiön, distintos actos.
    Pero ademäs, para dejar fijadas las caracteristicas esen-
    ciales del estimulo, basta con admitir que actia como un
    impulso ünico, pudiendo ser; por lo tanto, suprimido me-
    diante un ünico acto adecuado, cuyo tipo serä la fuga
    motora ante la fuente:de la cual emana. Naturalmente,
    pueden tales impulsos repetirse y sumarse, pero esto no
    modifica en nada la interpretaciön del proceso ni las con-
    diciones de la supresiön del estimulo. El instinto, en cam-
    bio, no aetüa nunca como una fuente impulsiva
    momentänea sino siempre como una fuerza cons-
    tante. No procediendo del mundo exterior sino delin-
    terior del cuerpo, la fuga es ineficaz contra €]. Al estfmu-
    lo instintivo lo denominaremos mejor «necesidad»
    y lo que suprime esta necesidad es la «satisfac-
    ceiön». Esta puede ser alcanzada ünicamente por una
    transformaciön adecuada de la fuente de estimulo in-
    terna.

    Coloqu&monos ahora en la situaciön de un ser vi-
    viente, desprovisto casi en absoluto de medios de defen-
    sa y no orientado aün en el mundo, que recibe estimulos
    en su subsiancia nerviosa. Este ser llegarä muy pronto
    a realizar una primera diferenciaciön y a adquirir una
    primera orientaciön. Por un lado, pereibirä estimulos a
    los que le es posible substraerse mediante una acciön

    (1) Suponiendo, siempre, que estos procesos internos son los
    fundamentos orgänicos de las necesidades sed y hambre.

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    PROF. SS. FRE UD

    muscular (fuga) y atribuirä estos estimulos al mundo ex-
    terior. Pero tambien percibirä otros, contra los cuales re-
    sulta ineficaz una tal acciön y que conservan, a pesar de
    la misma, su caräcter constantemente apremiante. Estos
    ülfimos constituirän un signo caracteristico del mundo in-
    terior y una demostraciön de la existencia de necesida-
    des instintivas. La substancia perceptora del ser viviente
    hallarä asf, en la eficacia de su actividad muscular, un
    punto de apoyo para distinguir un «exterior» de un «in-
    terior».

    Encontramos, pues, la esencia del instinto, primera-.
    mente en sus caracteres principales, su origen de fuen-
    tes de estimulo situadas en el interior del organismo y
    su apariciön como fuerza constante, y derivamos de ella
    otra de sus cualidades, la ineficacia de la fuga para su su-
    presiön. Pero durante estas reflexiones, hubimos de des-
    cubrir algo que nos fuerza a una nueva confesiön. No
    s6lo aplicamos a nuestro material determinadas conven-
    ciones, como conceptos fundamentales, sino que nos ser-
    vimos, ademäs, de algunas complicadas hipötesis
    para guiarnos en la elaboraciön del mundo de fenömenos
    psicolögicos. Ya hemos delineado antes en tErminos ge-
    nerales, la mäs importante de estas hipötesis; qu&danos
    tan sölo hacerla resaltar expresamente. Es de naturaleza
    biolögica, labora con el concepto de la tendencia
    (eventualmente con el de la adecuaciön) y su contenido
    es como sigue: El sistema nervioso es un aparato al que
    compete la funciön de suprimir los estimulos que hasta
    el Ilegan o reducirlos a su mfnimo nivel, y que si ello
    fuera posible, quisiera mantenerse libre de todo estimulo.
    Admitiendo interinamente esta idea, sin parar mientes en
    su indeterminaciön, atribuiremos en general, al sistema
    nervioso, la labor del vencimiento de los es-
    timulos. Vemos entonces, cuänto complica el senci-
    llo esquema fisiolögico de reflejos la introducciön de los

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    METAPSICO LOG 1A

    instintos. Los estimulos exteriores no plantean mäs pro+
    blema que el de sustraerse a ellos, cosa que sucede: por
    medio de movimientos musculares, uno de los cuales
    ‚acaba por alcanzar tal fin y se convierte entonces, como
    | mäs adecuado, en disposiciön hereditaria. En cambio,
    los estimulos instintivos nacidos en el interior del soma
    no pueden ser suprimidos por medio de este mecanismo.
    Plantean, pues, exigencias mucho mäs elevadas al siste-
    ma nervioso, le inducen a complicadisimas actividades,
    intimamente relacionadas entre si, que modifican amplia-
    mente el mundo exterior hasta hacerle ofrecer la satisfac-
    ciön a la fuente de estimulo interna, y manteniendo una
    inevitable aportaciön continua de estimulos, le fuerzau a
    renunciar a su propösito ideal de conservarse alejado de
    ellos. Podemos, pues, concluir, que los instintos y no los
    estimulos exfernos son los verdaderos motores de los
    progresos que han lievado a su actual desarrollo al sis-
    tema nervioso, tan inagotablemente capaz de rendimien-
    to. Nada se opone a la hipötesis de que los instintos mis-
    mos son, por lo menos en parte, residuos de efectos es-
    timulantes externos, que en el curso de la filog&nesis, ac-
    tuaron modificativamente sobre la substancia viva.
    Cuando despu&s hallamos que toda actividad, incluso
    la del aparato animico mäs desarrollado, se encuentra
    sometida al prineipio del placer, o sea, que es regu-
    lada automäticamente por sensaciones de la serie «pla-
    cer-displacer>, nos resulta ya dificil rechazar la hipötesis
    inmediata de que estas sensaciones reproducen la forma
    en la que se desarrolla el veneimiento de los estimulos, y
    seguramente en el sentido de que la sensaciön de displa-
    cer se halla relacionada con un incremento del estimulo’
    y la de placer con una disminuciön del mismo. Manten-
    dremos la amplia indeterminaciön de esta hipötesis hasta
    que consigamos adivinar la naturaleza de la relaciön en-
    tre la serie «placer-displacer» y las oscilaciones .de las
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    PROF. SS. FR EU D

    magnitudes de estimulo que actüan sobre la vida animi-
    ca. Desde luego, han de ser posibles muy diversas y
    complicadas relaciones de este genero.

    Si consideramos la vida animica desde el punto de
    vista biolögico, se nos muestra el «instinto» como un
    concepto limite entre lo animico y lo somätico, como un
    representante psiquico de los estimulos procedentes del
    interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una
    magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo ani-
    mico a consecuencia de su conexiön con lo somätico.

    Podemos discutir ahora algunos t&rminos empleados
    en relaciön con el concepto de instinto, fales como pe-
    rentoriedad, fin, objeto y fuente del instinto.

    Por perentoriedad de un instinto se entiende
    su factor mofor, esto es, la suma de fuerza o la cantidad
    de exigencia de trabajo que representa. Este caräcter pe-
    rentorio es una cualidad general de los instintos, e inclu-
    so constituye la esencia de los mismos. Cada instinto es
    una magnitud de actividad, y al hablar, negligentemente,
    de instintos pasivos, se alude tan sölo a instintos de fin
    pasivo, \

    El fin de un instinto es siempre la satisfacciön, que
    sölo puede ser alcanzada por la supresiön del estado de
    excitaciön de la fuente del instinto. Pero aun cuando el
    fin ültimo de todo instinto es invariable, puede haber di-
    versos caminos que conduzcan a €l, de manera, que para
    cada instinto, pueden existir diferentes fines pröximos
    susceptibles de ser combinados o sustitufdos entre si. La
    experiencia nos permite hablar tambien de instintos
    «coartados en su fin», esfo es, de procesos a
    los que se permite avanzar un cierto espacio hacia la sa-
    tisfacciön del instinto, pero que experimentan luego una
    inhibiciön o una desviaciön. Hemos de admitir, que tam-
    bien con tales procesos se halla enlazada una satisfac-
    ciön parcial.

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    METAPSTIEOLO GT A

    El objeto delinstinto es aquel en el cual, o por
    medio del cual, puede el instinto alcanzar su satisfacciön:
    Es lo mäs variable del instinto, no se halla enlazado a
    a &| originariamente, sino subordinado a &] a consecuen-
    cia de su adecuaciön al logro de la satisfacciön. No es
    necesariamente algo exterior al sujefo sino que puede ser
    una parte cualquiera de su propio cuerpo y es suscepti-
    ble de ser sustituido indefinidamente por otro, durante la
    vida del instinto. Este desplazamiento del. instinto des-
    empefia importantisimas funciones. Puede presentarse el
    caso de que el mismo objeto sirva simultäneamente a la
    satisfacciön de varios instintos(elcaso deatrabazön

    -de los instintos, segün Alfredo Adler). Cuando
    un instinto aparece ligado de un modo especialmente in-
    timo y estrecho al objeto, hablamos de una fijaciön
    de dicho instinto. Esta fijaciön tiene efecto con gran fre-
    cuencia, en periodos muy tempranos del desarrollo de
    los instintos y pone fin a la movilidad del instinto de que
    se trate, oponi&ndose intensamente a su separaciön del
    objeto.

    Por fuente delinstinto se entiende aquel proceso
    somätico que se desarrolla en un örgano o una parte del
    cuerpo y es representado en la vida animica por. el ins-

    _ into. Se ignora si este proceso es regularmente de natu-
    raleza quimica o puede corresponder tambien al desarro-
    llo de otras fuerzas, por ejemplo, de fuerzas mecänicas.
    El estudio de las fuentes del instinto no corresponde ya
    a la psicologia. Aunque el hecho de nacer de fuentes so-
    mäticas sea en realidad lo decisivo para el instinto, ste
    no se nos da a conocer en la vida animica sino por sus
    fines. Para la investigaciön psicolögica no es absoluta-
    mente indispensable un mäs preciso conocimiento de las
    fuentes del instinto y muchas veces pueden ser deduci-
    das &stas del examen de los fines del instfinto.

    &Habremos de suponer que los diversos instintos pro-

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    PROF. SS. FRE UD

    cedentes de lo somätico y que actian sobre lo psiquico se
    hallan tambien caracterizados por cualidades diferentes
    y actian por esta causa, de un modo cualitafivamente
    distinto, en la vida animica? A nuestro juicio, no. Bas-
    tarä, mäs bien, admitir, simplemente, (que todos los ins-
    tintos son cualitativamente iguales y que su efecto no de-
    pende sino de las magnitudes de excitaciön-que llevan
    consigo y quizä de ciertas tunciones de esta cantidad.
    Las diferencias que presentan las funciones psiquicas de
    los diversos instintos, pueden atribuirse a la diversidad
    de las fuentes de estos ültimos. Mäs adelante, y en una
    distinta relaciön, legaremos, de todos modos, a aclarar
    lo que el problema de la cualidad de los instintos sig-
    nifica.

    4Cuäntos y cuäles instintos habremos de contar?
    Queda abierfo aquf un amplio margen a la arbiirariedad,
    pues nada podemos objetar a aquellos que hacen uso de
    los conceptos de instinto de juego, de destrucciön o de
    sociabilidad cuando la materia lo demanda y lo permite
    la limitaciön del anälisis psicolögico. Sin embargo, no
    deberä perderse de vista la posibilidad de que estos mo-
    tivos de instinto, tan especializados, sean susceptibles de
    una mayor descomposiciön en lo que a las fuentes del
    instinto se refiere, resultando, asi, que sölo los instintos
    primitivos e irreductibles podrfan aspirar a una signi-
    ficaciön.

    Por nuestra parte, hemos propuesto distinguir dos
    grupos de estos instintos primitivos—el de los instin-
    tos del Yo o instinftos deconserva
    cei6ön yeldelos instintos sexuales. Esta
    divisiön no constitiiye una hipötesis necesaria, como la
    que anfes hubimos de establecer sobre la tendencia bio-
    lögica del aparato animico. No es sino una construcciön
    auxiliar, que sölo mantendremos mientras nos sea ütil y
    cuya sustituciön por otra no puede modificar sino muy

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    METAPSICOLO:GCI1A

    poco, los resultados de nuestra labor descriptiva.y.orde-
    nadora. La ocasiön de -establecerla ha surgido em; el
    curso evolutivo de la psicoanälisis,.cuyo primer objeto
    fueron las psiconeurosis, o mäs precisamente, aquel
    grupo de psiconeurosis a las que damos el nombre de
    «neurosis de fransferencia» (la histeria y la neurosis
    obsesiva), estudio que nos llev6 al conoeimiento de que
    en la raiz de cada una de tales afecciones, existia un con-
    flicto entre las aspiraciones de la sexualidad y las del Yo.
    Es muy posible que un mäs penetrante anälisis de las
    restantes afecciones neuröficas (y ante todo de las psico-
    neurosis narcisistas, o sea de las esquizofrenias), nos im-
    ponga una modificaciön de esta förmula y con ella, una
    distinta agrupaciön de los instintos primitivos. Mas, por
    ahora, no conocemos tal nueva förmula ni hemos hallado
    ningün argumento desfavorable a la oposiciön de instin-
    tos del Yo e instintos sexuales.

    Dudo mucho que la elaboraciön del material psicolö-
    gico pueda proporcionarnos datos decisivos.para la di-
    ferenciaciön y clasificaciön de los instintos. A los fines
    de esta elaboraciön, parece mäs bien necesario, aplicar
    al material, determinadas hipötesis sobre la vida instinti-
    va, y seria deseable, que tales hipötesis pudieran ser to-
    madas de un sector diferente y transferidas luego al de
    la psicologia. Aquello que en. esta cuestiön, nos suminis-
    tra la biologia no se opone «iertamente a la diterencia-
    ciön de instintos del Yo e instintos sexuales. La biologia
    ensefia que la sexualidad no puede equipararse a las de-
    mäs funciones del individuo, dado que sus tendencias
    van mäs allä del mismo y aspiran a la producciön de
    nuevos individuos, o sea a la conservaciön de la es-
    pecie.

    Nos muestra, ademäs, como igualmente justificadas,
    dos distintas concepciones de la relaciön entre el Yo yla
    sexualidad: una para la cual es el individuo lo principal,

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    PROF. SS. FRE U D

    la sexualidad una de sus actividades y la safisfacciön se-
    xual una de sus necesidades; y otra, que considera al in-
    dividuo como un accesorio temporal y pasajero del plas-
    ma germinafivo casi inmortal, que le fu€ confiado por la

    generaciön. La hipötesis de que la funciön sexual se dis-
    tingue de las demäs por un quiinismo especial, aparece
    tambien integrada, segün creo, en la investigaciön biolö-
    gica de Ehrlich.

    Dado que el estudio de la vida instintiva desde la con-
    <iencia presenta dificulfades casi insuperables, continia
    ‚siendo la investigaciön psicoanalitica de las perturbacio-
    nes anfmicas, la fuente principal de nuestro conocimien-
    to. Pero, correlativamente al curso de su desarrollo, no
    nos ha suministrado, hasta ahora, la psicoanälisis, datos
    satisfactorios mäs que sobre los instintos sexuales, por
    ‚ser öste el ünico grupo de instintos que le ha sido posi-
    ble aislar y considerar por separado en las psiconeuro-
    sis. Con la extensiön de la psicoanälisis a las demäs
    afecciones neuröficas, quedarä tambien cimentado segu-
    ramente, nuestro conocimiento de los instintos del Yo,
    aunque parece imprudente esperar hallar en este campo
    de investigaciön, condiciones anälogamente favorables
    a la labor observadora.

    De los instintos sexuales podemos decir, en general,
    lo siguiente: Son muy numerosos, proceden de mülti-
    ples y diversas fuentes orgänicas, actüan al principio in-
    dependientemente unos de otros y sölo ulteriormente
    ‚quedan reunidos en una sintesis mäs o menos perfecta.
    El fin al que cada uno de ellos tiende es la consecuciön
    del placer orgänico, ysölo despues de su sinte-
    sis entran alservicio dela procreaciön, conlocual
    se evidencian enfonces, generalmente, como instintos
    ‚sexuales. En su primera apariciön, se apoyan ante todo
    en los instintos de conservaciön, de los cuales no se se-
    paran luego sino muy poco a poco, siguiendo tambien

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  • S.

    METAPSICcCOLO a 1a

    en elhallazgo de objeto, los caminos que los instintos
    del Yo les marcan. Parte de ellos permanece asociada a
    trav&s de toda la vida, a los instintos del Yo, aportändo-
    les componentes libidinmosos, que pasan fäcilmen-
    te inadvertidos durante la funciön normal y sölo se ha-
    cen claramente perceptibles en los estados patolögicos-
    Se caracterizan por la facilidad con la que se reempla-
    zan unos a ofros y por su capacidad de cambiar indefi-
    nidamente de objeto. Estas ültimas cualidades les hacen
    aptos para funciones muy alejadas de sus primitivos ac-
    tos finales (sublimaciön).

    Siendo los instintos sexuales aquellos en cuyo cono-
    cimiento hemos avanzado mäs, hasta el dia, limitaremos
    a ellos nuestra investigaciön de los destinos por los cua-
    les pasan los instintos en el curso del desarrollo y de la
    vida. De estos destinos, nos ha dado a conocer, la obser-
    vaciön, los siguientes:

    La transformaciön en lo contrario.

    La orientaciön contra la propia persona.

    La represiön.

    La sublimaciön. -

    No proponiendonos tratar aqui de la sublimaciön, y
    exigiendo la represiön capitulo aparte, qu&dannos tan
    sölo la descripeiön y discusiön de los dos primeros pun-
    tos. Por motivos que actiian en contra de una continua-
    ciön directa de los instintos, podemos representarnos
    tambien sus destinos como modalidades dela defensa
    conträ ellos.

    La transformaciön en lo contrario
    se descompone, al someterla a un detenido examen, en
    dos distintos procesos, la transiciön de unins-
    tino desde la actividad a la pasivi-
    dad, ylatransformaciön de conteni-
    do. Estos dos procesos, de esencia totalmente distinta,
    habrän de ser considerados separadamente.

    — 19 — 9

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    PROF. Ss. FR EU D

    Ejemplos del primero son los pares antitöticos «sadis-
    mo—masoquismo> y «placer visual—exhibiciön». La
    transtormaciön en lo contrario alcanza söloalos fines
    del instinto. El fin activo—atormentar, ver—es sustitufdo
    por el pasivo—ser atormentado, ser visto—. La transfor-
    maciön de contenido se nos muestra en el caso de lacon-
    versiön del amor en odio.

    La orientaciön contra la propia
    persona queda aclarada en cuanto reflexionamos
    que el masoquismo no es sino un sadismo dirigido con-
    ira el propio Yo y que la exhibiciön entrafia la contempla-
    ci6n del propio cuerpo. La observaciön analitica demues-
    tra de un modo indubitable, que el masoquista comparte
    el goce activo de la agresiön a su propia persona yelex-
    hibicionista el resultante de la desnudez de su propio
    cuerpo. Asi, pues, lo esencial del proceso es el cambio
    de objeto, con permanencia del mismo fin.

    No puede ocultärsenos, que en estos ejemplos coinci-
    den la orientaciön contra la propia persona y la transiciön
    desde la actividad a la pasividad. Por lo fanto, para ha-
    cer resaltar claramente las relaciones, resulta precisa una
    mäs profunda invesfigaciön.

    En el par antitetico «sadismo—masoquismo> puede
    representarse el proceso en la forma siguiente:

    a) Elsadismo consiste en la violencia ejercida con-

    “fra una tercera persona como objeto.

    b) Este objeto es abandonado y sustituido por la pro-
    pia persona. Con la orientaciön contra la propia perso-
    na, queda realizada tambien la transformaciön del fin ac-
    tivo del instinto en un fin pasivo.

    c) Es buscada nuevamente como objeto una tercera
    persona, que a consecuencia de la transformaciön del fin
    tiene que encargarse del papel de sujeto.

    EI caso c) es el de lo que vulgarmente se conoce con
    el nombre de masoquismo. Tambien en €l es alcanzada

    — 150 —

  • S.

    ME TAPSIcCcC OL oc ı A

    la satisfacciön por el camino del sadismo primitivo, trans-
    firiendose imaginativamente el Yo a su lugar anterior,
    abandonado ahora al sujeto extrafio. Es muy dudoso que
    exista una satisfacciön masoquista mäs directa. No parece
    existir un masoquismo primitivo no nacido del sadismo
    en la forma descrita. La conducta del instinto sädico en
    la neurosis obsesiva, demuestra que la hipötesis de la fase
    b) no es nada superflua. En la neurosis obsesiva halla-
    mos la orientaciön contra la propia persona sin la pasi-
    vidad con respecto a otra. La transformaciön no llega
    mäs que hasta la fase b). El deseo de atormentar se con-
    vierte en aufo-tormento y auto-castigo, no en masoquis-
    mo. EI verbo activo no se convierte en pasivo, sino en
    un verbo reflexivo intermedio.

    Para la concepciön del sadismo hemos de tener en
    cuenta que este instinto parece perseguir, a mäs de su
    fin general (o quizä mejor: dentro del mismo) un espe-
    cialisimo acfo final. Ademäs de la humillaciön y el domi-
    nio, el causar dolor. Ahora bien, la psicoanälisis parece
    demostrar que el causar dolor no se halla integrado en-
    tre los actos finales primitivos del instinto. El ninio sädi-
    co no atiende a causar dolor ni se lo propone expresa-
    mente. Pero una vez llevada a efecto la transformaciön
    en masoquismo, resulta el dolor muy apropiado para su-
    ministrar un fin pasivo masoquista, pues todo nos lleva
    a admitir, que tambien las sensaciones dolorosas, como
    en general todas las displacientes se extienden a la exci-
    taciön sexual y originan un estado placiente, que lleva al
    sujeto a aceptar de buen grado el displacer del dolor.
    Una vez que el experimentar dolor ha llegado a ser un
    fin masoquista, puede surgir tambien el fin sädico de
    causar dolor, y de este dolor goza tambien aquel que
    lo inflige a otros, identificändose, de un modo masoquis-
    ta, con el objeto pasivo. Naturalmente, aquello que se
    goza en ambos casos no es el dolor mismo, sino la ex-

    — 131 —

  • S.

    PR OF . 9. FR E U D

    citaciön sexual concomitanie, cosa especialmente c6mo-
    da para el sädico. EI goce del dolor serfa, pues, un
    fin originariamente masoquista, pero que sölo dado un
    sadismo primitivo puede convertirse en fin de un ins-
    tinto.

    Para completar nuestra exposiciön afadiremos que la
    compasiön no puede ser descrita como un resulta-
    do de la transformaciön de los instintos en el sadismo
    sino como una formaciön reactiva contra el
    instinto. Mäs adelante examinaremos esta distineiön.

    La investigaciön de otro par antitefico, de los instin-
    tos jcuyo fin es la contemplaciön y la exhibiciön («vo-
    yeurs» y exhibicionistas, en el lenguaje de las per-
    versiones), nos proporciona resulfados distintos y mäs
    sencillos. Tambien aqui podemos establecer las mismas
    fases que en el caso anterior: a) La contemplaciön como
    actividad orientada hacia un objeto ajeno; b) el abando-
    no del objeto, la orientaciön del instinto de contempla-
    ciön hacia una parte de la propia persona, y con ello, la
    transformaciön en pasividad y el establecimiento del
    nuevo fin: elde ser contemplado; c) el establecimiento de
    un nuevo sujeto al que la persona se muestra, para ser
    por €l contemplada. Es casi indudable que el fin activo
    aparece antes que el pasivo, precediendo la contempla-
    <ciön a la exhibiciön. Pero surge aqui una importante di-
    ferencia con el caso del sadismo, diferencia consistente
    en que en el instinto de contemplaciön, hallamos ain una
    fase anterior a la sefialada con la letra a). El instinto de
    contemplaciön es, en efecto, autoeröfico, al principio de
    su actividad; posee un objeto, pero lo encuentra en el
    propio cuerpo. S6lo mäs tarde es llevado (por el camino
    de la comparaciön) a cambiar este objeto por uno anä-
    logo del cuerpo ajeno (fase a). Esta fase preliminar es
    interesante por surgir de ella las dos situaciones del par
    anfitetico resultante, segün el cambio tenga efecto en un

    — 152 —

  • S.

    METAPS IC OLOoO Go 1a

    lugar o en otro. El esquema del instinto de contempla-
    ciön podria establecerse como sigue:

    a) Contemplar un örgano sexual=Ser contemplado el
    örgano sexual propio.

    7) Ser contemplado el
    objeto propio por persona
    ajena.

    (Exhibicionismo).

    £) Contemplar un objeto
    ajeno.
    (Placer visual activo).

    Una tal fase preliminar no se presenta en el sadismo,
    el cual se orienta desde un principio hacia un objeto aje-
    no. De todos modos, no serfa absurdo deducirla de los
    esfuerzos del nifio que quiere hacerse duefio de sus
    miembros.

    A los dos ejemplos de instintfos que aqui venimos
    considerando, puede serles aplicada la observaciön de
    que la transformaciön de los instintos por cambio de la
    actividad en pasividad y orientaciön a la propia persona,
    nunca se realiza en la totalidad del movimiento instin-
    tivo. EI anterior sentido activo del instinto, continda
    subsistiendo en cierto grado junto al sentido pasivo ulte-
    rior, incluso en aquellos casos en los que el proceso de
    iransformaciön del instinto ha sido muy amplio. La ünica
    afirmaciön exacta sobre el instinto de contemplaciön,
    seria la de que todas las fases evolutivas del instinto,
    tanto la fase preliminar autoeröfica como la estructura
    final activa y pasiva, contindan existiendo conjuntamen-
    te, y esta afirmaciön se hace indiscutible cuando en lugar
    de los actos instintivos tomamos como base de nuestro
    juicio el mecanismo de la satisfacciön. Quizä resulte ain
    justificada otra distinta concepciön y descripciön. La
    vida de cada instinto puede considerarse dividida en di-
    versos impulsos, temporalmente separados e igua-
    les, dentro de la unidad de tiempo (arbitraria), impul-

    135 —

  • S.

    PROF. SS. FR E UD

    sos semejantes a sucesivas erupciones de lava. Pode-
    mos, asi, representarnos, que la primera y primitiva
    erupciön del instinto, continüd, sin experimentar transfor-
    maciön ni desarrollo ningunos. El impulso siguiente ex-
    perimentaria, en cambio, desde su principio, una modifi-
    caciön, quizä la transiciön a la pasividad, y se sumaria
    con este nuevo caräcter al anterior, y asisucesivamente.
    Si consideramos entonces los movimientos instintivos,
    desde su principio hasta un punto determinado, la des-
    crita sucesiön de los impulsos tiene que ofrecernos el
    cuadro de un determinado desarrollo del instinto.

    El hecho de que en tal &poca ulterior del desarrollo,
    se observe, junto a cada movimiento instinfivo, su con-
    trario (pasivo), merece ser expresamente acentuado con
    el nombre de «ambivalencia», acertadamente
    introducido por Bleuler.

    La subsistencia de las fases intermedias y el examen
    histörico de la evoluciön del instinto nos han aproximado
    ala inteligencia de esta evoluciön. La amplitud de la
    ambivalencia varia mucho, segün hemos podido com-
    probar, en los distintos individuos, grupos humanos o
    razas.

    Los casos de amplia ambivalencia en individuos con-
    temporäneos, pueden ser interpretados como casos de
    herencia arcaica, pues todo nos lleva a suponer, que la
    participaciön de los movimientos instintiivos no modifi-
    cados, en la vida instintiva, fu& en &pocas primitivas,
    mucho mayor que hoy.

    Nos hemos acostumbrado a denominar narcisis-
    mo la temprana fase del Yo durante la cual se satisfa-
    cen autoeröticamente los instintos sexuales del mismo,
    sin entrar, de momento, a discutir la relaciön entre auto-
    erotismo y narcisismo. De este modo, diremos que la
    fase preliminar del instinto de contemplaciön, en la cual
    el placer visual tiene como objeto el propio cuerpo, per-

    _ 14 —

  • S.

    METAPSIcCOLOo 6 I A

    tenece al narcisismo y es una formaciön nareisista. De
    ella se desarrolla el instinto de contemplaciön activo,
    abandonando el narcisismo; en cambio, el instinto de
    contermplaciön pasivo conservaria el objeto narcisista.
    Igualmente, la transformaciön del sadismo en masoquis-
    mo, significa un retorno al objeto narcisista, mientras
    que en ambos casos es sustitufdo el sujeto narcisista por
    identificaciön con otro Yo ajeno. Teniendo en cuenta la
    tase preliminar narcisista del sadismo, antes establecida,
    nos acercamos asi al conocimiento, mäs general, de que
    la orientaciön de los instintos contra el propio Yo yla
    transiciön de la actividad a la pasividad dependen de la
    organizaciön narcisista del Yo y llevan impreso el sello
    de esta fase. Corresponden quizä a las tentativas de de-
    fensa realizadas con otros medios, en fases superiores
    del desarrollo del Yo.

    Recordamos aqui, que hasta ahora sölo hemos traido
    a discusiön los dos pares antiteticos «sadismo—maso-
    quismo> y «placer visual—exhibiciön>. Son €stos los
    instintos sexuales ambivalentes mejor conocidos. Los de-
    mäs componentes de la funciön sexual ulterior no son aln
    suficientemente asequibles al anälisis para que podamos
    discufirlos de un modo anälogo. Podemos decir de ellos,
    en general, que actüian autoeröticamente,
    esto es, que su objeto desaparece ante el örgano que
    constituye su fuente y coincide casi siempre con €. Aun-.
    que el objeto del instinto de contemplaciön es tambien,
    al principio, una parte del propio cuerpo, no es, sin em-
    bargo, el 0jo mismo, y en el sadismo, la fuente orgänica,
    probablemente la musculatura capaz de acciön, sehala di-
    rectamente otro objeto distinto, aunque tambien en el pro-
    pio cuerpo. En los instintos autoeröticos es tan decisivo
    el papel de la fuente orgänica, que segün una hipötesis
    de P. Federn yLL. Jekels, la forma y la funciön del örga-
    no deciden la actividad o pasividad del fin del instinto.

    155 —

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    La transformaciön de un instinto en su contrario (ma-
    terial) no se observa sino en un ünico caso: en la conver-
    siön dl amor en odio o viceversa. Estos dos
    sentimientos aparecen tambi&n muchas veces orientados
    conjuntamente hacia un solo y mismo objeto, ofreciendo-
    nos asf el mäs importante ejemplo de ambivalencia.

    Este caso del amor y el odio adquiere un especial in-
    teres, por la circunstancia de eludir su inclusiön en nues-
    tra exposiciön de los instintos. No puede dudarse de la
    intima relaciön entre estos dos contrarios sentimentales
    y la vida sexual, pero hemos de resistirnos a considerar
    el amor como un particular instinto parcial de la sexuali-
    dad. Prefeririamos ver en &l la expresiön de la tendencia
    sexual total, pero tampoco acaba esto de salisfacernos y
    no sabemos cömo representarnos la antitesis material de
    esta tendencia.

    El amor es susceptible de tres antifesis y no de una
    sola. Aparte de la antitesis <«amar—odiar», existe la de
    «amar—ser amado>, y ademäs, el amor y el odio, toma-
    dos conjuntamente, se oponen ala indiferencia. De estas
    tres antitesis, la segunda—«amar —ser amado»—corres-
    ponde a la transiciön de la actividad a la pasividad y pue-
    de ser referida, como el instinto de contemplaciön, a una
    situaciön fundamental, lade amarse asi mis
    mo, situaciön que es, para nosotros, la caracteristica
    del narcisismo. Segün que el objeto o el sujefo sean
    cambiados por otros ajenos, resulta la tendencia final ac-
    tiva del amor o la pasiva del ser amado, pröxima al nar-
    cisismo.

    Quizä nos aproximaremos mäs a la comprensiön de
    las mültiples antitesis del amor, reflexionando que la vida
    anfmica es dominado en general, por tres polariza-
    ciones, esto es, por las tres antitesis siguientes:

    Sujeto (Yo)—Objeto (mundo ex-
    terior).

    — 156 —

  • S.

    MEI1ITAPSICOLOGIA

    Placer—Displacer.
    Activo—Pasivo.

    La antitesis «Yo — No Yo (exterior) (sujeto—
    objeto) es impuesta al individuo muy tempranamente,
    como ya indicamos, por la experiencia de que puede ha-
    cer cesär, mediante una acciön muscular, los estimulos.
    exteriores, careciendo, en cambio, de toda defensa contra:
    los estimulos interiores. Ante todo, conserva una abso-
    luta soberarfa en lo referente a la funciön intelectual y
    crea, para la investigaciön, la situaciön fundamental, que:
    no puede ser ya modificada por ningün esfuerzo. La po-
    larizaciön «placer—displacer» acompafia a una serie de
    sensaciones, cuya insuperada importancia para la deci-
    siön de nuestros actos (voluntad) hemos acentuado ya.
    La antitesis «activo-pasivo> no debe confundirse con lade
    «Yo-sujeto—Exterior-objeto». El Yo se conduce pasiva-
    mente con respecto al mundo exterior en tanto en cuanto:
    recibe de El estimulos, y activamente cuando a dichos es-
    timulos reacciona. Sus instintos le imponen una especia-
    lisima actividad con respecto al mundo exterior, de ma-
    nera que, acentuando lo esencial, podriamos’decir lo si-
    guiente: El Yo-sujeto es pasivo con respecto a los esti-
    mulos exteriores y activo por sus propios instintos. La
    antitesis «activo-pasivo» se funde luego con la de «mas-
    culino-femenino>, que antes de esta fusiön, carecia de
    significaciön psicolögica. La uniön de la actividad con la
    masculinidad y de la pasividad con la feminidad nos sale
    al encuentro como un hecho biolögico, pero no es en nin-
    güı' modo tan regularmente total y exclusiva como se
    estä inclinado a suponer.

    Las tres polarizaciones animicas establecen entre sh
    importantes conexiones. Existe una situaciön primitiva
    psiquica en la cual coinciden dos de ellas. El Yo se en-
    cuentra originariamente, al principio de la vida animica,
    revestido de instintos y es, en parte, capaz de satisfacer

    — 157 —

  • S.

    PROF. 5. FR E UD

    sus instintos en si mismo. A este estado le damos el
    nombre de nareisismo y calificomos de aufoerötica a la
    posibilidad de satisfacciön correspondiente (1). El mundo
    exterior no atrae a si, en esta &poca, inter&s ninguno (en
    terminos generales) y es indiferente a la satisfacciön.
    Asi, pues, durante ella, coincide el Yo—sujeto con lo
    placiente y el mundo exterior con lo indiferente (o displa-
    ciente a veces, como fuente de estimulos). Si definimos,
    por lo pronto, el amor como la relaciön del Yo con sus
    fuentes de placer, la situaciön en la que el Yose ama a
    si mismo con exclusiön de todo otro objeto y se muestra
    indiferente al mundo exterior, nos aclararä la primera de
    las relaciones antitöticas en las que hemos hallado al
    «amor».

    El Yo no precisa del mundo exterior en fanfo en
    cuanfo es autoeröfico, pero recibe de El objetos a conse-
    cuencia de los procesos de los instintos de conservaciön
    y no puede por menos de sentir como displacientes, du-
    rante algün tiempo, los estimulos instintivos interiores.
    Bajo el dominio del principio del placer se realiza luego
    en €] un desarrollo ulterior. Acoge en su Yo los objetos
    que le son ofrecidos en tanto en cuanto constituyen fuen-
    tes de placer y se los introyecta (segün la expresiön de
    Ferenczi), alejando, por otra parte, de si, aquello que en

    (1) Una parte de los instintos sexuales es capaz, como ya sa-
    bemos, de esta safisfacciön autoeröfica, resultando, pues, apropia-
    da, para constituirse en portadora del desarrollo que a continuaciön
    se describe, bajo el dominio del principio del placer. Los instintos
    sexuales, que desde un principio exigen un objeto, y lasnecesidades
    de los instintos del Yo, jamäs susceptibles de satisfacciön autoerö-
    tica, perfurban, como es natural, este estado y preparan los progre-
    sos. El estado narcisista primitivo no podrfa seguir tal desarrollo
    si cada individuo no pasase por un periodo de indefensiön y cui-
    dados, durante el cual son satisfechas sus necesidades por un
    ‚auxilio exterior, y contenido asf su desarrollo.

    — 158 —

  • S.

    METAPSICOLODGTITA

    su propio interior constituye motivo de displacer. (V&ase
    mäs adelante, el mecanismo de la proyecciön).

    Pasamos asi, desde el primitivo Yo real, que ha dife-
    renciado el interior del exterior conforme a exactos sig-
    nos objetivos, aun Yo de placer, que antepone atodo, el
    caräcter placiente. El mundo exterior se divide para elen
    una parte placiente, que se incorpora, y un resto, extra-
    fio a El. Ha separado del propio Yo, una parte, que arro-
    ja al mundo exterior y percibe como hostil a €]. Despues
    de esta nueva ordenaciön queda nuevamente establecida
    la coincidencia de las dos polarizaciones, o sea la del
    Yo-sujeto con el placer y la del mundo exterior con el
    displacer (antes indiferencia).

    Con la entrada del objeto en la fase del narcisismo
    primario alcanza tambien su desarrollo la segunda con-
    tradicciön del amor y el odio.

    El objeto es aportado primeramente al Yo, como ya
    'hemos visto, por los instintos de conservaciön, que lo
    toman del mundo exterior, y no puede negarse que fam-
    bien el primitivo sentido del odio es el de la relaciön con-
    tra el mundo exterior, ajeno al Yo y aportador de esti-
    mulos. La indiferencia se subordina al odio, como un
    caso especial, despu&s de haber surgido primeramente
    como precursora del mismo. Lo exterior, el objeto y lo
    odiado habrian sido, al principio, identicos. Cuando lue-
    go se demuestra el objeto como fuente de placer, es
    amado, pero tambien incorporado al Yo, de manera que
    para el Yo de placer, purificado, coincide de nuevo el ob-
    jeto con lo ajeno y odiado.

    Observamos tambien ahora, que asi como el par an-
    itefico «amor—indiferencia» refleja la polarizaciön «Yo
    —mundo exterior>, la segunda antitesis «amor—odio»
    reproduce la polarizaciön «placer—displacer», enlazada
    con la primera. Despues de la sustituciön de la fase pu-
    ramente narcisista por la fase objetiva, el placer y eldis-

    — 159 —

  • S.

    PROF. SS. FR E U D

    placer significan relaciones del Yo con el objeto. Cuando
    el objeto llega a ser fuente de sensaciones de placer, sur-
    ge una tendencia motora, que aspira a acercarlo e incor-
    porarlo al Yo. Hablamos entonces de la «atracciön» ejer-
    cida por ei objeto productor de placer y decimos que lo
    «amamos». Inversamente, cuando el objeto es fuente de
    displacer, nace una tendencia que aspira a aumentar su
    distancia del Yo, repitiendo con €] la primitiva tentativa
    de fuga ante el mundo exterior emisor de esiimulos. Sen-
    timos la «repulsa» del objeto y lo odiamos, odio que
    puede elevarse hasta la tendencia a la agresiön contra el
    objeto y el propösito de suprimirlo.

    En ültimo termino, podriamos decir que el instinto
    «ama» al objeto al que tiende para lograr su satisfacciön.
    En cambio, nos parece exfrafio e impropio oir que un
    instinto «odia» a un objeto, y de este modo caemos en la
    cuenta de que los conceptos de amor y odio no son apli-
    cables a las relaciones de los instintfos con sus objetos,
    debiendo ser reservadas para la relaciön del Yo total con
    los objetos. Pero la observaciön de los usos del lengua-
    je, tan significativos siempre, nos muesfra una nueva li-
    mitaciön de la significaciön del amor y el odio. De los
    objetos que sirven a la conservaciön del Yo no decimos
    que los amamos, sino acentuamos que precisamos de
    ellos, anadiendo quizä una relaciön distinta por medio de
    palabras expresivas de un amor muy disminufdo, tales
    como las de agradar, gustar, etc.

    Asi, pues, la palabra amar se inscribe cada vez mäs
    en la esfera de la pura relaciön de placer del Yo con el
    objeto y se fija, por ültimo, a los objetos estrictamente
    sexuales y a aquellos otros que satisfacen las necesidades
    de los instintos sexuales sublimados. La separaciön en-
    tre instintos del Yo e instintos sexuales, que hemos im-
    puesto a nuestra psicologfa, demuestra asi hallarse en
    armonia con el espfritu de nuestro idioma. Ei hecho de

    — 140 —

  • S.

    METAPSICOLDODGTIA

    que no acostumbramos a decir que un instinto sexual
    ama a su objeto y veamos el mäs adecuado empleo de la
    palabra «amar» en la relaciön del Yo con un objeto sexual»
    nos ensefia que su empleo en tal relaciön comienza üni-
    camente con la sintesis de todos los insfintos parciales
    de la sexualidad, bajo la primacia de los genitales y al
    servicio de la reproduceiön.

    Es de observar, que en el uso de la palabra «odiar»
    no aparece ninguna relaciön fan intima con el placer se-
    xual y la funciön sexual; por el contrario, la relaciön de
    displacer parece ser aquf la ünica decisiva. El Yo odia,
    aborrece y persigue con propösitos destructores a todos
    los objetos que llegan a suponerle una fuente de sensa-
    ciones de displacer, constituyendo una privaciön de la
    satisfacciön sexual o de la satisfacciön de necesidades
    de conservaciön. Puede incluso afirmarse, que el verda-
    dero prototipo de la relaciön de odio no procede de la
    vida sexual sino de la lucha del Yo por su conservaciön
    y afirmaciön.

    La relaciön enire el odio y el amor, que se nos pre-
    sentan como completas antitesis materiales, no es, pues,
    nada sencilla. El odio y el amor no han surgido de la di-
    sociaciön de un todo original, sino que tienen diverso
    origen y han pasado por un desarrollo distinto y particu-
    lar a cada uno, antes de constituirse en antitesis bajo la in-
    fluencia de la relaciön <placer—displacer». Se nos plan-
    tea aqui la labor de reunir todo lo que sobre la genesis
    del amor y el odio sabemos.

    El amor procede de la capacidad del Yo de satisfacer
    aufoeröficamente, por la adquisiciön de placer orgänico,
    una parte de sus movimientos instintivos. Originariamen-
    te narcisista, pasa luego a los objetos que han sido in-
    corporados al Yo ampliado y expresa la tendencia mo-
    tora del Yo hacia estos objetos considerados como fuen-
    tes de placer. Se enlaza intiimamente con la actividad de

    -11—

  • S.

    PROF. SS. FR E U D

    los instintos sexuales ulteriores y, una vez realizada la
    sintesis de estos instintos, coincide con la totalidad de la
    tendencia sexual. Mientras los instintos sexuales pasan
    por su complicado desarrollo, aparecen fases prelimina-
    res del amor en calidad de fines sexuales interinos. La
    primera de estas fases es la incorporaciön o
    ingestiön, modalidad del amor que resulta com-
    patible con la supresiön de la existencia particular del
    objeto y puede, por lo tanto, ser calilicada de ambiva-
    lente. En la fase superior de la organizaciön pregenital
    sädico-anal, surge la aspiraciön al objeto en la forma de
    impulso al dominio, impulso para el cual es indiferente
    el dafio o la destrucciön del objeto. Esta forma y fase
    preliminar del amor apenas se diferencia del odio en su
    conducta para con el objeto. Hasta el establecimiento de
    la organizaciön genital, no se constituye elamor en anti-
    tesis del odio.

    EI odio es, como relaciön con el objeto, mäs anti-
    guo que el amor. Nace de la repulsa primitiva del mun-
    do exterior emisor de estimulos, por parte del Yo narci-
    sista. Como expresiön de la reacciön de displacer pro-
    vocada por los objetos, permanece siempre en fntima
    relaciön con los instintos de conservaciön del Yo, de
    manera que los instintos del Yo y los sexuales entran

    fäcilmente en una oposiciön, que reproduce la del amor
    y el odio. Cuando los instintos del Yo dominan la fun-
    ciön sexual, como sucede en la fase de la organizaciön
    sädico-anal, prestan al fin del instinto los caracteres del
    odio.

    La historia de la genesis y de las relaciones del amor
    nos hace coinprensible su frecuentisima ambivalencia, o
    sea la circunstancia de aparecer acompafiado de senti-
    mientos de odio orientados contra el mismo objeto. El
    odio mezclado al amor procede en parte, de las fases pre-
    liminares del amor, no superadas aün por completo, y en

    — 142 —

  • S.

    META PSICOLOOGTIA

    parte, de reacciones de repulsa de los instintos del Yo,
    los cuales pueden alegar motivos reales y actuales en los
    frecuentes conflictos entre los intereses del Yo y los del
    amor. Asi, pues, en ambos casos, el odio mezclado pue-
    de retrotraerse a la fuente de los instintos de conserva-
    ciön del Yo. Cuando la relaciön amorosa con un objeto
    determinado queda rota, no es extrafio ver surgir el odio
    en su lugar, circunstancia que nos da la impresiön de
    una transformaciön del odio en amor. Mäs allä de esta
    descripciön nos lleva ya la teoria de que en tal caso, el
    odio realmente motivado es reforzado por la regresiön
    del amor a la fase preliminar sädica, de manera que el
    odio recibe un caräcter eröfico, produciendose la conti-
    nuidad de una relaciön amorosa.

    La tercera antitesis del amor, o sea la transformaciön
    de amar en ser amado, corresponde a la influencia de la
    polarizaciön de actividad y pasividad y queda subor-
    dinada al mismo juicio que los casos del instinto de
    contemplaciön y del sadismo. Sintetizando, podemos
    decir que los destinos de los instintos consisten esen-
    cialmente en que los movimientos instinm
    tivos son sometidos a las influencias
    de las tres grandes polarizaciones que
    dominan la vida animica. De estas tres po-
    larizaciones podriamos decir que la de «actividad—pasivi-
    dad» esla biolögica; lade «Yo—mundo exterior»
    la real; y de «placer—displacer» la econömica.

    Otro de los destinos de ios instintos—la represiön—
    merece capitulo aparte.

    143 —_