S.
Los instintos y sus destinos.
Hemos oido expresar mäs de una vez, la opiniön de,
que una ciencia debe hallarse edificada sobre conceptos
fundamentales, claros y precisamente definidos. En reali-
dad, ninguna ciencia, ni aun la mäs exacta, comienza por
tales definiciones. El verdadero principio de la actividad
cientifica consiste mäs bien, en la descripciön de fenöme-
nos, que luego son agrupados, ordenados y relacionados
entre si. Ya en esta descripciön se hace inevitable aplicar
al material determinadas ideas abstractas, extraidas de
diversos secfores y, desde luego, no ünicamente de la
‚observaciön del nuevo conjunto de fenömenos descrito.:
Mäs imprescindibles aün resultan tales ideas—los: ulte-:
riores principios fundamentales de la ciencia—en la sub-
siguiente elaboraciön de la materia. Al principio, han de.
presentar un cierto grado de indeterminaciön y es imposi+
ble hablar de una clara delimitaciön de su contenido,:
Mientras permanecen en este estado, nos. concertamos
sobre su significaciön por medio de repetidas referencias.
al material del que parecen derivadas, pero que en reali-
dad, les es subordinado. Presentan, pues, estrictamente.
consideradas, el caräcter de convenciones, eircunstaneia:
en la que todo depende de que no sean elegidas arbitra-,
riamente sino que se hallen determinadas por importantes.
relaciones con la materia empirica, relaciones que cree-,
mos adivinar antes de hac&rsenos asequibles.su conoci-
miento y demostraeiön. Sölo despues de una mäs profun-,—19-
S.
PROF. SS. FRE U D
da investigaciön del campo de fenömenos de que se tra-
te, resulta posible precisar mäs sus conceptos fundamen-
tales cientificos y modificarlos progresivamente de
manera a extender en gran medida su esfera de aplica-
eiön, haciendolos asi irrebatibles. Este podrä ser el mo-
mento de concretarlos en definiciones. Pero el progreso
del conocimiento no tolera tampoco la inalterabilidad de
las definiciones. Como nos lo evidencia el ejemplo de la
Fisica, tambien los «conceptos fundamentales» fijados en
definiciones experimentan una perpetua modificaciön de
contenido.Un semejante principio bäsico convencional, todavia
algo obscuro, pero del que no podemos prescindir en
Psicologia, es el del instinto. Infentaremos esta-
blecer su significaciön, aportändole contenido desde di-
versos sectores.En primer lugar, desde el campo de la Fisiologia.
Esta ciencia nos ha dado el concepto del estimulo y
el esquema de reflejos, concepto segün el cual, un es-
timulo aportado desde el exterior al tejido vivo (de
la substancia nerviosa) es derivado hacia el exte-
rior, por medio de la acciön. Esta acciön logra su fin
sustrayendo la substancia estimulada a la influencia
del estimulo, alejändola de la esfera de actuaciön delt
mismo.4Cuäl es, ahora, la relaciön del «instinto» con el «esti-
mulo»? Nada nos impide subordinar el concepto de ins-
tinto al del.estimulo. El insfinto serfa entonces, un esti-
mulo para lo psiquico. Mas en seguida advertimos la im-
procedencia de equiparar el instinto al estimulo psiquico..
Para lo psiquico existen evidentemente otros estimulos
distintos de los instintivos y que se comportan mäs bien
de’ un modo anälogo a los fisiolögicos. Asi, cuando la
retina es herida por una intensa luz, no nos hallamos ante
un estfmulo instintivo. Si, en cambio, cuando se hace10 —
S.
METAPSI1ICOLOOGCG TA
perceptible la sequedad de las mucosas bucnles ola irri-
taciön de las del estömago (1). : \ “4Tenemos ya material bastante: para distinguir 1os es-
timulos instintivos de otros (fisiolögicos) que actian so-
bre lo animico. En primer lugar, los estimulos instintivos-
no proceden del mundo exterior sino del interior del or-
ganismo. Por esta razön, actiian diferentemente sobre lo
animico y exigen, para su supresiön, distintos actos.
Pero ademäs, para dejar fijadas las caracteristicas esen-
ciales del estimulo, basta con admitir que actia como un
impulso ünico, pudiendo ser; por lo tanto, suprimido me-
diante un ünico acto adecuado, cuyo tipo serä la fuga
motora ante la fuente:de la cual emana. Naturalmente,
pueden tales impulsos repetirse y sumarse, pero esto no
modifica en nada la interpretaciön del proceso ni las con-
diciones de la supresiön del estimulo. El instinto, en cam-
bio, no aetüa nunca como una fuente impulsiva
momentänea sino siempre como una fuerza cons-
tante. No procediendo del mundo exterior sino delin-
terior del cuerpo, la fuga es ineficaz contra €]. Al estfmu-
lo instintivo lo denominaremos mejor «necesidad»
y lo que suprime esta necesidad es la «satisfac-
ceiön». Esta puede ser alcanzada ünicamente por una
transformaciön adecuada de la fuente de estimulo in-
terna.Coloqu&monos ahora en la situaciön de un ser vi-
viente, desprovisto casi en absoluto de medios de defen-
sa y no orientado aün en el mundo, que recibe estimulos
en su subsiancia nerviosa. Este ser llegarä muy pronto
a realizar una primera diferenciaciön y a adquirir una
primera orientaciön. Por un lado, pereibirä estimulos a
los que le es posible substraerse mediante una acciön(1) Suponiendo, siempre, que estos procesos internos son los
fundamentos orgänicos de las necesidades sed y hambre.11 —
S.
PROF. SS. FRE UD
muscular (fuga) y atribuirä estos estimulos al mundo ex-
terior. Pero tambien percibirä otros, contra los cuales re-
sulta ineficaz una tal acciön y que conservan, a pesar de
la misma, su caräcter constantemente apremiante. Estos
ülfimos constituirän un signo caracteristico del mundo in-
terior y una demostraciön de la existencia de necesida-
des instintivas. La substancia perceptora del ser viviente
hallarä asf, en la eficacia de su actividad muscular, un
punto de apoyo para distinguir un «exterior» de un «in-
terior».Encontramos, pues, la esencia del instinto, primera-.
mente en sus caracteres principales, su origen de fuen-
tes de estimulo situadas en el interior del organismo y
su apariciön como fuerza constante, y derivamos de ella
otra de sus cualidades, la ineficacia de la fuga para su su-
presiön. Pero durante estas reflexiones, hubimos de des-
cubrir algo que nos fuerza a una nueva confesiön. No
s6lo aplicamos a nuestro material determinadas conven-
ciones, como conceptos fundamentales, sino que nos ser-
vimos, ademäs, de algunas complicadas hipötesis
para guiarnos en la elaboraciön del mundo de fenömenos
psicolögicos. Ya hemos delineado antes en tErminos ge-
nerales, la mäs importante de estas hipötesis; qu&danos
tan sölo hacerla resaltar expresamente. Es de naturaleza
biolögica, labora con el concepto de la tendencia
(eventualmente con el de la adecuaciön) y su contenido
es como sigue: El sistema nervioso es un aparato al que
compete la funciön de suprimir los estimulos que hasta
el Ilegan o reducirlos a su mfnimo nivel, y que si ello
fuera posible, quisiera mantenerse libre de todo estimulo.
Admitiendo interinamente esta idea, sin parar mientes en
su indeterminaciön, atribuiremos en general, al sistema
nervioso, la labor del vencimiento de los es-
timulos. Vemos entonces, cuänto complica el senci-
llo esquema fisiolögico de reflejos la introducciön de los12 —
S.
METAPSICO LOG 1A
instintos. Los estimulos exteriores no plantean mäs pro+
blema que el de sustraerse a ellos, cosa que sucede: por
medio de movimientos musculares, uno de los cuales
‚acaba por alcanzar tal fin y se convierte entonces, como
| mäs adecuado, en disposiciön hereditaria. En cambio,
los estimulos instintivos nacidos en el interior del soma
no pueden ser suprimidos por medio de este mecanismo.
Plantean, pues, exigencias mucho mäs elevadas al siste-
ma nervioso, le inducen a complicadisimas actividades,
intimamente relacionadas entre si, que modifican amplia-
mente el mundo exterior hasta hacerle ofrecer la satisfac-
ciön a la fuente de estimulo interna, y manteniendo una
inevitable aportaciön continua de estimulos, le fuerzau a
renunciar a su propösito ideal de conservarse alejado de
ellos. Podemos, pues, concluir, que los instintos y no los
estimulos exfernos son los verdaderos motores de los
progresos que han lievado a su actual desarrollo al sis-
tema nervioso, tan inagotablemente capaz de rendimien-
to. Nada se opone a la hipötesis de que los instintos mis-
mos son, por lo menos en parte, residuos de efectos es-
timulantes externos, que en el curso de la filog&nesis, ac-
tuaron modificativamente sobre la substancia viva.
Cuando despu&s hallamos que toda actividad, incluso
la del aparato animico mäs desarrollado, se encuentra
sometida al prineipio del placer, o sea, que es regu-
lada automäticamente por sensaciones de la serie «pla-
cer-displacer>, nos resulta ya dificil rechazar la hipötesis
inmediata de que estas sensaciones reproducen la forma
en la que se desarrolla el veneimiento de los estimulos, y
seguramente en el sentido de que la sensaciön de displa-
cer se halla relacionada con un incremento del estimulo’
y la de placer con una disminuciön del mismo. Manten-
dremos la amplia indeterminaciön de esta hipötesis hasta
que consigamos adivinar la naturaleza de la relaciön en-
tre la serie «placer-displacer» y las oscilaciones .de las
15 —S.
PROF. SS. FR EU D
magnitudes de estimulo que actüan sobre la vida animi-
ca. Desde luego, han de ser posibles muy diversas y
complicadas relaciones de este genero.Si consideramos la vida animica desde el punto de
vista biolögico, se nos muestra el «instinto» como un
concepto limite entre lo animico y lo somätico, como un
representante psiquico de los estimulos procedentes del
interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una
magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo ani-
mico a consecuencia de su conexiön con lo somätico.Podemos discutir ahora algunos t&rminos empleados
en relaciön con el concepto de instinto, fales como pe-
rentoriedad, fin, objeto y fuente del instinto.Por perentoriedad de un instinto se entiende
su factor mofor, esto es, la suma de fuerza o la cantidad
de exigencia de trabajo que representa. Este caräcter pe-
rentorio es una cualidad general de los instintos, e inclu-
so constituye la esencia de los mismos. Cada instinto es
una magnitud de actividad, y al hablar, negligentemente,
de instintos pasivos, se alude tan sölo a instintos de fin
pasivo, \El fin de un instinto es siempre la satisfacciön, que
sölo puede ser alcanzada por la supresiön del estado de
excitaciön de la fuente del instinto. Pero aun cuando el
fin ültimo de todo instinto es invariable, puede haber di-
versos caminos que conduzcan a €l, de manera, que para
cada instinto, pueden existir diferentes fines pröximos
susceptibles de ser combinados o sustitufdos entre si. La
experiencia nos permite hablar tambien de instintos
«coartados en su fin», esfo es, de procesos a
los que se permite avanzar un cierto espacio hacia la sa-
tisfacciön del instinto, pero que experimentan luego una
inhibiciön o una desviaciön. Hemos de admitir, que tam-
bien con tales procesos se halla enlazada una satisfac-
ciön parcial.14 —
S.
METAPSTIEOLO GT A
El objeto delinstinto es aquel en el cual, o por
medio del cual, puede el instinto alcanzar su satisfacciön:
Es lo mäs variable del instinto, no se halla enlazado a
a &| originariamente, sino subordinado a &] a consecuen-
cia de su adecuaciön al logro de la satisfacciön. No es
necesariamente algo exterior al sujefo sino que puede ser
una parte cualquiera de su propio cuerpo y es suscepti-
ble de ser sustituido indefinidamente por otro, durante la
vida del instinto. Este desplazamiento del. instinto des-
empefia importantisimas funciones. Puede presentarse el
caso de que el mismo objeto sirva simultäneamente a la
satisfacciön de varios instintos(elcaso deatrabazön-de los instintos, segün Alfredo Adler). Cuando
un instinto aparece ligado de un modo especialmente in-
timo y estrecho al objeto, hablamos de una fijaciön
de dicho instinto. Esta fijaciön tiene efecto con gran fre-
cuencia, en periodos muy tempranos del desarrollo de
los instintos y pone fin a la movilidad del instinto de que
se trate, oponi&ndose intensamente a su separaciön del
objeto.Por fuente delinstinto se entiende aquel proceso
somätico que se desarrolla en un örgano o una parte del
cuerpo y es representado en la vida animica por. el ins-_ into. Se ignora si este proceso es regularmente de natu-
raleza quimica o puede corresponder tambien al desarro-
llo de otras fuerzas, por ejemplo, de fuerzas mecänicas.
El estudio de las fuentes del instinto no corresponde ya
a la psicologia. Aunque el hecho de nacer de fuentes so-
mäticas sea en realidad lo decisivo para el instinto, ste
no se nos da a conocer en la vida animica sino por sus
fines. Para la investigaciön psicolögica no es absoluta-
mente indispensable un mäs preciso conocimiento de las
fuentes del instinto y muchas veces pueden ser deduci-
das &stas del examen de los fines del instfinto.&Habremos de suponer que los diversos instintos pro-
15 —
S.
PROF. SS. FRE UD
cedentes de lo somätico y que actian sobre lo psiquico se
hallan tambien caracterizados por cualidades diferentes
y actian por esta causa, de un modo cualitafivamente
distinto, en la vida animica? A nuestro juicio, no. Bas-
tarä, mäs bien, admitir, simplemente, (que todos los ins-
tintos son cualitativamente iguales y que su efecto no de-
pende sino de las magnitudes de excitaciön-que llevan
consigo y quizä de ciertas tunciones de esta cantidad.
Las diferencias que presentan las funciones psiquicas de
los diversos instintos, pueden atribuirse a la diversidad
de las fuentes de estos ültimos. Mäs adelante, y en una
distinta relaciön, legaremos, de todos modos, a aclarar
lo que el problema de la cualidad de los instintos sig-
nifica.4Cuäntos y cuäles instintos habremos de contar?
Queda abierfo aquf un amplio margen a la arbiirariedad,
pues nada podemos objetar a aquellos que hacen uso de
los conceptos de instinto de juego, de destrucciön o de
sociabilidad cuando la materia lo demanda y lo permite
la limitaciön del anälisis psicolögico. Sin embargo, no
deberä perderse de vista la posibilidad de que estos mo-
tivos de instinto, tan especializados, sean susceptibles de
una mayor descomposiciön en lo que a las fuentes del
instinto se refiere, resultando, asi, que sölo los instintos
primitivos e irreductibles podrfan aspirar a una signi-
ficaciön.Por nuestra parte, hemos propuesto distinguir dos
grupos de estos instintos primitivos—el de los instin-
tos del Yo o instinftos deconserva
cei6ön yeldelos instintos sexuales. Esta
divisiön no constitiiye una hipötesis necesaria, como la
que anfes hubimos de establecer sobre la tendencia bio-
lögica del aparato animico. No es sino una construcciön
auxiliar, que sölo mantendremos mientras nos sea ütil y
cuya sustituciön por otra no puede modificar sino muy16 —
S.
METAPSICOLO:GCI1A
poco, los resultados de nuestra labor descriptiva.y.orde-
nadora. La ocasiön de -establecerla ha surgido em; el
curso evolutivo de la psicoanälisis,.cuyo primer objeto
fueron las psiconeurosis, o mäs precisamente, aquel
grupo de psiconeurosis a las que damos el nombre de
«neurosis de fransferencia» (la histeria y la neurosis
obsesiva), estudio que nos llev6 al conoeimiento de que
en la raiz de cada una de tales afecciones, existia un con-
flicto entre las aspiraciones de la sexualidad y las del Yo.
Es muy posible que un mäs penetrante anälisis de las
restantes afecciones neuröficas (y ante todo de las psico-
neurosis narcisistas, o sea de las esquizofrenias), nos im-
ponga una modificaciön de esta förmula y con ella, una
distinta agrupaciön de los instintos primitivos. Mas, por
ahora, no conocemos tal nueva förmula ni hemos hallado
ningün argumento desfavorable a la oposiciön de instin-
tos del Yo e instintos sexuales.Dudo mucho que la elaboraciön del material psicolö-
gico pueda proporcionarnos datos decisivos.para la di-
ferenciaciön y clasificaciön de los instintos. A los fines
de esta elaboraciön, parece mäs bien necesario, aplicar
al material, determinadas hipötesis sobre la vida instinti-
va, y seria deseable, que tales hipötesis pudieran ser to-
madas de un sector diferente y transferidas luego al de
la psicologia. Aquello que en. esta cuestiön, nos suminis-
tra la biologia no se opone «iertamente a la diterencia-
ciön de instintos del Yo e instintos sexuales. La biologia
ensefia que la sexualidad no puede equipararse a las de-
mäs funciones del individuo, dado que sus tendencias
van mäs allä del mismo y aspiran a la producciön de
nuevos individuos, o sea a la conservaciön de la es-
pecie.Nos muestra, ademäs, como igualmente justificadas,
dos distintas concepciones de la relaciön entre el Yo yla
sexualidad: una para la cual es el individuo lo principal,17 —
S.
PROF. SS. FRE U D
la sexualidad una de sus actividades y la safisfacciön se-
xual una de sus necesidades; y otra, que considera al in-
dividuo como un accesorio temporal y pasajero del plas-
ma germinafivo casi inmortal, que le fu€ confiado por lageneraciön. La hipötesis de que la funciön sexual se dis-
tingue de las demäs por un quiinismo especial, aparece
tambien integrada, segün creo, en la investigaciön biolö-
gica de Ehrlich.Dado que el estudio de la vida instintiva desde la con-
<iencia presenta dificulfades casi insuperables, continia
‚siendo la investigaciön psicoanalitica de las perturbacio-
nes anfmicas, la fuente principal de nuestro conocimien-
to. Pero, correlativamente al curso de su desarrollo, no
nos ha suministrado, hasta ahora, la psicoanälisis, datos
satisfactorios mäs que sobre los instintos sexuales, por
‚ser öste el ünico grupo de instintos que le ha sido posi-
ble aislar y considerar por separado en las psiconeuro-
sis. Con la extensiön de la psicoanälisis a las demäs
afecciones neuröficas, quedarä tambien cimentado segu-
ramente, nuestro conocimiento de los instintos del Yo,
aunque parece imprudente esperar hallar en este campo
de investigaciön, condiciones anälogamente favorables
a la labor observadora.De los instintos sexuales podemos decir, en general,
lo siguiente: Son muy numerosos, proceden de mülti-
ples y diversas fuentes orgänicas, actüan al principio in-
dependientemente unos de otros y sölo ulteriormente
‚quedan reunidos en una sintesis mäs o menos perfecta.
El fin al que cada uno de ellos tiende es la consecuciön
del placer orgänico, ysölo despues de su sinte-
sis entran alservicio dela procreaciön, conlocual
se evidencian enfonces, generalmente, como instintos
‚sexuales. En su primera apariciön, se apoyan ante todo
en los instintos de conservaciön, de los cuales no se se-
paran luego sino muy poco a poco, siguiendo tambien18 —
S.
METAPSICcCOLO a 1a
en elhallazgo de objeto, los caminos que los instintos
del Yo les marcan. Parte de ellos permanece asociada a
trav&s de toda la vida, a los instintos del Yo, aportändo-
les componentes libidinmosos, que pasan fäcilmen-
te inadvertidos durante la funciön normal y sölo se ha-
cen claramente perceptibles en los estados patolögicos-
Se caracterizan por la facilidad con la que se reempla-
zan unos a ofros y por su capacidad de cambiar indefi-
nidamente de objeto. Estas ültimas cualidades les hacen
aptos para funciones muy alejadas de sus primitivos ac-
tos finales (sublimaciön).Siendo los instintos sexuales aquellos en cuyo cono-
cimiento hemos avanzado mäs, hasta el dia, limitaremos
a ellos nuestra investigaciön de los destinos por los cua-
les pasan los instintos en el curso del desarrollo y de la
vida. De estos destinos, nos ha dado a conocer, la obser-
vaciön, los siguientes:La transformaciön en lo contrario.
La orientaciön contra la propia persona.
La represiön.
La sublimaciön. -
No proponiendonos tratar aqui de la sublimaciön, y
exigiendo la represiön capitulo aparte, qu&dannos tan
sölo la descripeiön y discusiön de los dos primeros pun-
tos. Por motivos que actiian en contra de una continua-
ciön directa de los instintos, podemos representarnos
tambien sus destinos como modalidades dela defensa
conträ ellos.La transformaciön en lo contrario
se descompone, al someterla a un detenido examen, en
dos distintos procesos, la transiciön de unins-
tino desde la actividad a la pasivi-
dad, ylatransformaciön de conteni-
do. Estos dos procesos, de esencia totalmente distinta,
habrän de ser considerados separadamente.— 19 — 9
S.
PROF. Ss. FR EU D
Ejemplos del primero son los pares antitöticos «sadis-
mo—masoquismo> y «placer visual—exhibiciön». La
transtormaciön en lo contrario alcanza söloalos fines
del instinto. El fin activo—atormentar, ver—es sustitufdo
por el pasivo—ser atormentado, ser visto—. La transfor-
maciön de contenido se nos muestra en el caso de lacon-
versiön del amor en odio.La orientaciön contra la propia
persona queda aclarada en cuanto reflexionamos
que el masoquismo no es sino un sadismo dirigido con-
ira el propio Yo y que la exhibiciön entrafia la contempla-
ci6n del propio cuerpo. La observaciön analitica demues-
tra de un modo indubitable, que el masoquista comparte
el goce activo de la agresiön a su propia persona yelex-
hibicionista el resultante de la desnudez de su propio
cuerpo. Asi, pues, lo esencial del proceso es el cambio
de objeto, con permanencia del mismo fin.No puede ocultärsenos, que en estos ejemplos coinci-
den la orientaciön contra la propia persona y la transiciön
desde la actividad a la pasividad. Por lo fanto, para ha-
cer resaltar claramente las relaciones, resulta precisa una
mäs profunda invesfigaciön.En el par antitetico «sadismo—masoquismo> puede
representarse el proceso en la forma siguiente:a) Elsadismo consiste en la violencia ejercida con-
“fra una tercera persona como objeto.
b) Este objeto es abandonado y sustituido por la pro-
pia persona. Con la orientaciön contra la propia perso-
na, queda realizada tambien la transformaciön del fin ac-
tivo del instinto en un fin pasivo.c) Es buscada nuevamente como objeto una tercera
persona, que a consecuencia de la transformaciön del fin
tiene que encargarse del papel de sujeto.EI caso c) es el de lo que vulgarmente se conoce con
el nombre de masoquismo. Tambien en €l es alcanzada— 150 —
S.
ME TAPSIcCcC OL oc ı A
la satisfacciön por el camino del sadismo primitivo, trans-
firiendose imaginativamente el Yo a su lugar anterior,
abandonado ahora al sujeto extrafio. Es muy dudoso que
exista una satisfacciön masoquista mäs directa. No parece
existir un masoquismo primitivo no nacido del sadismo
en la forma descrita. La conducta del instinto sädico en
la neurosis obsesiva, demuestra que la hipötesis de la fase
b) no es nada superflua. En la neurosis obsesiva halla-
mos la orientaciön contra la propia persona sin la pasi-
vidad con respecto a otra. La transformaciön no llega
mäs que hasta la fase b). El deseo de atormentar se con-
vierte en aufo-tormento y auto-castigo, no en masoquis-
mo. EI verbo activo no se convierte en pasivo, sino en
un verbo reflexivo intermedio.Para la concepciön del sadismo hemos de tener en
cuenta que este instinto parece perseguir, a mäs de su
fin general (o quizä mejor: dentro del mismo) un espe-
cialisimo acfo final. Ademäs de la humillaciön y el domi-
nio, el causar dolor. Ahora bien, la psicoanälisis parece
demostrar que el causar dolor no se halla integrado en-
tre los actos finales primitivos del instinto. El ninio sädi-
co no atiende a causar dolor ni se lo propone expresa-
mente. Pero una vez llevada a efecto la transformaciön
en masoquismo, resulta el dolor muy apropiado para su-
ministrar un fin pasivo masoquista, pues todo nos lleva
a admitir, que tambien las sensaciones dolorosas, como
en general todas las displacientes se extienden a la exci-
taciön sexual y originan un estado placiente, que lleva al
sujeto a aceptar de buen grado el displacer del dolor.
Una vez que el experimentar dolor ha llegado a ser un
fin masoquista, puede surgir tambien el fin sädico de
causar dolor, y de este dolor goza tambien aquel que
lo inflige a otros, identificändose, de un modo masoquis-
ta, con el objeto pasivo. Naturalmente, aquello que se
goza en ambos casos no es el dolor mismo, sino la ex-— 131 —
S.
PR OF . 9. FR E U D
citaciön sexual concomitanie, cosa especialmente c6mo-
da para el sädico. EI goce del dolor serfa, pues, un
fin originariamente masoquista, pero que sölo dado un
sadismo primitivo puede convertirse en fin de un ins-
tinto.Para completar nuestra exposiciön afadiremos que la
compasiön no puede ser descrita como un resulta-
do de la transformaciön de los instintos en el sadismo
sino como una formaciön reactiva contra el
instinto. Mäs adelante examinaremos esta distineiön.La investigaciön de otro par antitefico, de los instin-
tos jcuyo fin es la contemplaciön y la exhibiciön («vo-
yeurs» y exhibicionistas, en el lenguaje de las per-
versiones), nos proporciona resulfados distintos y mäs
sencillos. Tambien aqui podemos establecer las mismas
fases que en el caso anterior: a) La contemplaciön como
actividad orientada hacia un objeto ajeno; b) el abando-
no del objeto, la orientaciön del instinto de contempla-
ciön hacia una parte de la propia persona, y con ello, la
transformaciön en pasividad y el establecimiento del
nuevo fin: elde ser contemplado; c) el establecimiento de
un nuevo sujeto al que la persona se muestra, para ser
por €l contemplada. Es casi indudable que el fin activo
aparece antes que el pasivo, precediendo la contempla-
<ciön a la exhibiciön. Pero surge aqui una importante di-
ferencia con el caso del sadismo, diferencia consistente
en que en el instinto de contemplaciön, hallamos ain una
fase anterior a la sefialada con la letra a). El instinto de
contemplaciön es, en efecto, autoeröfico, al principio de
su actividad; posee un objeto, pero lo encuentra en el
propio cuerpo. S6lo mäs tarde es llevado (por el camino
de la comparaciön) a cambiar este objeto por uno anä-
logo del cuerpo ajeno (fase a). Esta fase preliminar es
interesante por surgir de ella las dos situaciones del par
anfitetico resultante, segün el cambio tenga efecto en un— 152 —
S.
METAPS IC OLOoO Go 1a
lugar o en otro. El esquema del instinto de contempla-
ciön podria establecerse como sigue:a) Contemplar un örgano sexual=Ser contemplado el
örgano sexual propio.7) Ser contemplado el
objeto propio por persona
ajena.(Exhibicionismo).
£) Contemplar un objeto
ajeno.
(Placer visual activo).Una tal fase preliminar no se presenta en el sadismo,
el cual se orienta desde un principio hacia un objeto aje-
no. De todos modos, no serfa absurdo deducirla de los
esfuerzos del nifio que quiere hacerse duefio de sus
miembros.A los dos ejemplos de instintfos que aqui venimos
considerando, puede serles aplicada la observaciön de
que la transformaciön de los instintos por cambio de la
actividad en pasividad y orientaciön a la propia persona,
nunca se realiza en la totalidad del movimiento instin-
tivo. EI anterior sentido activo del instinto, continda
subsistiendo en cierto grado junto al sentido pasivo ulte-
rior, incluso en aquellos casos en los que el proceso de
iransformaciön del instinto ha sido muy amplio. La ünica
afirmaciön exacta sobre el instinto de contemplaciön,
seria la de que todas las fases evolutivas del instinto,
tanto la fase preliminar autoeröfica como la estructura
final activa y pasiva, contindan existiendo conjuntamen-
te, y esta afirmaciön se hace indiscutible cuando en lugar
de los actos instintivos tomamos como base de nuestro
juicio el mecanismo de la satisfacciön. Quizä resulte ain
justificada otra distinta concepciön y descripciön. La
vida de cada instinto puede considerarse dividida en di-
versos impulsos, temporalmente separados e igua-
les, dentro de la unidad de tiempo (arbitraria), impul-135 —
S.
PROF. SS. FR E UD
sos semejantes a sucesivas erupciones de lava. Pode-
mos, asi, representarnos, que la primera y primitiva
erupciön del instinto, continüd, sin experimentar transfor-
maciön ni desarrollo ningunos. El impulso siguiente ex-
perimentaria, en cambio, desde su principio, una modifi-
caciön, quizä la transiciön a la pasividad, y se sumaria
con este nuevo caräcter al anterior, y asisucesivamente.
Si consideramos entonces los movimientos instintivos,
desde su principio hasta un punto determinado, la des-
crita sucesiön de los impulsos tiene que ofrecernos el
cuadro de un determinado desarrollo del instinto.El hecho de que en tal &poca ulterior del desarrollo,
se observe, junto a cada movimiento instinfivo, su con-
trario (pasivo), merece ser expresamente acentuado con
el nombre de «ambivalencia», acertadamente
introducido por Bleuler.La subsistencia de las fases intermedias y el examen
histörico de la evoluciön del instinto nos han aproximado
ala inteligencia de esta evoluciön. La amplitud de la
ambivalencia varia mucho, segün hemos podido com-
probar, en los distintos individuos, grupos humanos o
razas.Los casos de amplia ambivalencia en individuos con-
temporäneos, pueden ser interpretados como casos de
herencia arcaica, pues todo nos lleva a suponer, que la
participaciön de los movimientos instintiivos no modifi-
cados, en la vida instintiva, fu& en &pocas primitivas,
mucho mayor que hoy.Nos hemos acostumbrado a denominar narcisis-
mo la temprana fase del Yo durante la cual se satisfa-
cen autoeröticamente los instintos sexuales del mismo,
sin entrar, de momento, a discutir la relaciön entre auto-
erotismo y narcisismo. De este modo, diremos que la
fase preliminar del instinto de contemplaciön, en la cual
el placer visual tiene como objeto el propio cuerpo, per-_ 14 —
S.
METAPSIcCOLOo 6 I A
tenece al narcisismo y es una formaciön nareisista. De
ella se desarrolla el instinto de contemplaciön activo,
abandonando el narcisismo; en cambio, el instinto de
contermplaciön pasivo conservaria el objeto narcisista.
Igualmente, la transformaciön del sadismo en masoquis-
mo, significa un retorno al objeto narcisista, mientras
que en ambos casos es sustitufdo el sujeto narcisista por
identificaciön con otro Yo ajeno. Teniendo en cuenta la
tase preliminar narcisista del sadismo, antes establecida,
nos acercamos asi al conocimiento, mäs general, de que
la orientaciön de los instintos contra el propio Yo yla
transiciön de la actividad a la pasividad dependen de la
organizaciön narcisista del Yo y llevan impreso el sello
de esta fase. Corresponden quizä a las tentativas de de-
fensa realizadas con otros medios, en fases superiores
del desarrollo del Yo.Recordamos aqui, que hasta ahora sölo hemos traido
a discusiön los dos pares antiteticos «sadismo—maso-
quismo> y «placer visual—exhibiciön>. Son €stos los
instintos sexuales ambivalentes mejor conocidos. Los de-
mäs componentes de la funciön sexual ulterior no son aln
suficientemente asequibles al anälisis para que podamos
discufirlos de un modo anälogo. Podemos decir de ellos,
en general, que actüian autoeröticamente,
esto es, que su objeto desaparece ante el örgano que
constituye su fuente y coincide casi siempre con €. Aun-.
que el objeto del instinto de contemplaciön es tambien,
al principio, una parte del propio cuerpo, no es, sin em-
bargo, el 0jo mismo, y en el sadismo, la fuente orgänica,
probablemente la musculatura capaz de acciön, sehala di-
rectamente otro objeto distinto, aunque tambien en el pro-
pio cuerpo. En los instintos autoeröticos es tan decisivo
el papel de la fuente orgänica, que segün una hipötesis
de P. Federn yLL. Jekels, la forma y la funciön del örga-
no deciden la actividad o pasividad del fin del instinto.155 —
S.
PROF. SS. FRE UD
La transformaciön de un instinto en su contrario (ma-
terial) no se observa sino en un ünico caso: en la conver-
siön dl amor en odio o viceversa. Estos dos
sentimientos aparecen tambi&n muchas veces orientados
conjuntamente hacia un solo y mismo objeto, ofreciendo-
nos asf el mäs importante ejemplo de ambivalencia.Este caso del amor y el odio adquiere un especial in-
teres, por la circunstancia de eludir su inclusiön en nues-
tra exposiciön de los instintos. No puede dudarse de la
intima relaciön entre estos dos contrarios sentimentales
y la vida sexual, pero hemos de resistirnos a considerar
el amor como un particular instinto parcial de la sexuali-
dad. Prefeririamos ver en &l la expresiön de la tendencia
sexual total, pero tampoco acaba esto de salisfacernos y
no sabemos cömo representarnos la antitesis material de
esta tendencia.El amor es susceptible de tres antifesis y no de una
sola. Aparte de la antitesis <«amar—odiar», existe la de
«amar—ser amado>, y ademäs, el amor y el odio, toma-
dos conjuntamente, se oponen ala indiferencia. De estas
tres antitesis, la segunda—«amar —ser amado»—corres-
ponde a la transiciön de la actividad a la pasividad y pue-
de ser referida, como el instinto de contemplaciön, a una
situaciön fundamental, lade amarse asi mis
mo, situaciön que es, para nosotros, la caracteristica
del narcisismo. Segün que el objeto o el sujefo sean
cambiados por otros ajenos, resulta la tendencia final ac-
tiva del amor o la pasiva del ser amado, pröxima al nar-
cisismo.Quizä nos aproximaremos mäs a la comprensiön de
las mültiples antitesis del amor, reflexionando que la vida
anfmica es dominado en general, por tres polariza-
ciones, esto es, por las tres antitesis siguientes:Sujeto (Yo)—Objeto (mundo ex-
terior).— 156 —
S.
MEI1ITAPSICOLOGIA
Placer—Displacer.
Activo—Pasivo.La antitesis «Yo — No Yo (exterior) (sujeto—
objeto) es impuesta al individuo muy tempranamente,
como ya indicamos, por la experiencia de que puede ha-
cer cesär, mediante una acciön muscular, los estimulos.
exteriores, careciendo, en cambio, de toda defensa contra:
los estimulos interiores. Ante todo, conserva una abso-
luta soberarfa en lo referente a la funciön intelectual y
crea, para la investigaciön, la situaciön fundamental, que:
no puede ser ya modificada por ningün esfuerzo. La po-
larizaciön «placer—displacer» acompafia a una serie de
sensaciones, cuya insuperada importancia para la deci-
siön de nuestros actos (voluntad) hemos acentuado ya.
La antitesis «activo-pasivo> no debe confundirse con lade
«Yo-sujeto—Exterior-objeto». El Yo se conduce pasiva-
mente con respecto al mundo exterior en tanto en cuanto:
recibe de El estimulos, y activamente cuando a dichos es-
timulos reacciona. Sus instintos le imponen una especia-
lisima actividad con respecto al mundo exterior, de ma-
nera que, acentuando lo esencial, podriamos’decir lo si-
guiente: El Yo-sujeto es pasivo con respecto a los esti-
mulos exteriores y activo por sus propios instintos. La
antitesis «activo-pasivo» se funde luego con la de «mas-
culino-femenino>, que antes de esta fusiön, carecia de
significaciön psicolögica. La uniön de la actividad con la
masculinidad y de la pasividad con la feminidad nos sale
al encuentro como un hecho biolögico, pero no es en nin-
güı' modo tan regularmente total y exclusiva como se
estä inclinado a suponer.Las tres polarizaciones animicas establecen entre sh
importantes conexiones. Existe una situaciön primitiva
psiquica en la cual coinciden dos de ellas. El Yo se en-
cuentra originariamente, al principio de la vida animica,
revestido de instintos y es, en parte, capaz de satisfacer— 157 —
S.
PROF. 5. FR E UD
sus instintos en si mismo. A este estado le damos el
nombre de nareisismo y calificomos de aufoerötica a la
posibilidad de satisfacciön correspondiente (1). El mundo
exterior no atrae a si, en esta &poca, inter&s ninguno (en
terminos generales) y es indiferente a la satisfacciön.
Asi, pues, durante ella, coincide el Yo—sujeto con lo
placiente y el mundo exterior con lo indiferente (o displa-
ciente a veces, como fuente de estimulos). Si definimos,
por lo pronto, el amor como la relaciön del Yo con sus
fuentes de placer, la situaciön en la que el Yose ama a
si mismo con exclusiön de todo otro objeto y se muestra
indiferente al mundo exterior, nos aclararä la primera de
las relaciones antitöticas en las que hemos hallado al
«amor».El Yo no precisa del mundo exterior en fanfo en
cuanfo es autoeröfico, pero recibe de El objetos a conse-
cuencia de los procesos de los instintos de conservaciön
y no puede por menos de sentir como displacientes, du-
rante algün tiempo, los estimulos instintivos interiores.
Bajo el dominio del principio del placer se realiza luego
en €] un desarrollo ulterior. Acoge en su Yo los objetos
que le son ofrecidos en tanto en cuanto constituyen fuen-
tes de placer y se los introyecta (segün la expresiön de
Ferenczi), alejando, por otra parte, de si, aquello que en(1) Una parte de los instintos sexuales es capaz, como ya sa-
bemos, de esta safisfacciön autoeröfica, resultando, pues, apropia-
da, para constituirse en portadora del desarrollo que a continuaciön
se describe, bajo el dominio del principio del placer. Los instintos
sexuales, que desde un principio exigen un objeto, y lasnecesidades
de los instintos del Yo, jamäs susceptibles de satisfacciön autoerö-
tica, perfurban, como es natural, este estado y preparan los progre-
sos. El estado narcisista primitivo no podrfa seguir tal desarrollo
si cada individuo no pasase por un periodo de indefensiön y cui-
dados, durante el cual son satisfechas sus necesidades por un
‚auxilio exterior, y contenido asf su desarrollo.— 158 —
S.
METAPSICOLODGTITA
su propio interior constituye motivo de displacer. (V&ase
mäs adelante, el mecanismo de la proyecciön).Pasamos asi, desde el primitivo Yo real, que ha dife-
renciado el interior del exterior conforme a exactos sig-
nos objetivos, aun Yo de placer, que antepone atodo, el
caräcter placiente. El mundo exterior se divide para elen
una parte placiente, que se incorpora, y un resto, extra-
fio a El. Ha separado del propio Yo, una parte, que arro-
ja al mundo exterior y percibe como hostil a €]. Despues
de esta nueva ordenaciön queda nuevamente establecida
la coincidencia de las dos polarizaciones, o sea la del
Yo-sujeto con el placer y la del mundo exterior con el
displacer (antes indiferencia).Con la entrada del objeto en la fase del narcisismo
primario alcanza tambien su desarrollo la segunda con-
tradicciön del amor y el odio.El objeto es aportado primeramente al Yo, como ya
'hemos visto, por los instintos de conservaciön, que lo
toman del mundo exterior, y no puede negarse que fam-
bien el primitivo sentido del odio es el de la relaciön con-
tra el mundo exterior, ajeno al Yo y aportador de esti-
mulos. La indiferencia se subordina al odio, como un
caso especial, despu&s de haber surgido primeramente
como precursora del mismo. Lo exterior, el objeto y lo
odiado habrian sido, al principio, identicos. Cuando lue-
go se demuestra el objeto como fuente de placer, es
amado, pero tambien incorporado al Yo, de manera que
para el Yo de placer, purificado, coincide de nuevo el ob-
jeto con lo ajeno y odiado.Observamos tambien ahora, que asi como el par an-
itefico «amor—indiferencia» refleja la polarizaciön «Yo
—mundo exterior>, la segunda antitesis «amor—odio»
reproduce la polarizaciön «placer—displacer», enlazada
con la primera. Despues de la sustituciön de la fase pu-
ramente narcisista por la fase objetiva, el placer y eldis-— 159 —
S.
PROF. SS. FR E U D
placer significan relaciones del Yo con el objeto. Cuando
el objeto llega a ser fuente de sensaciones de placer, sur-
ge una tendencia motora, que aspira a acercarlo e incor-
porarlo al Yo. Hablamos entonces de la «atracciön» ejer-
cida por ei objeto productor de placer y decimos que lo
«amamos». Inversamente, cuando el objeto es fuente de
displacer, nace una tendencia que aspira a aumentar su
distancia del Yo, repitiendo con €] la primitiva tentativa
de fuga ante el mundo exterior emisor de esiimulos. Sen-
timos la «repulsa» del objeto y lo odiamos, odio que
puede elevarse hasta la tendencia a la agresiön contra el
objeto y el propösito de suprimirlo.En ültimo termino, podriamos decir que el instinto
«ama» al objeto al que tiende para lograr su satisfacciön.
En cambio, nos parece exfrafio e impropio oir que un
instinto «odia» a un objeto, y de este modo caemos en la
cuenta de que los conceptos de amor y odio no son apli-
cables a las relaciones de los instintfos con sus objetos,
debiendo ser reservadas para la relaciön del Yo total con
los objetos. Pero la observaciön de los usos del lengua-
je, tan significativos siempre, nos muesfra una nueva li-
mitaciön de la significaciön del amor y el odio. De los
objetos que sirven a la conservaciön del Yo no decimos
que los amamos, sino acentuamos que precisamos de
ellos, anadiendo quizä una relaciön distinta por medio de
palabras expresivas de un amor muy disminufdo, tales
como las de agradar, gustar, etc.Asi, pues, la palabra amar se inscribe cada vez mäs
en la esfera de la pura relaciön de placer del Yo con el
objeto y se fija, por ültimo, a los objetos estrictamente
sexuales y a aquellos otros que satisfacen las necesidades
de los instintos sexuales sublimados. La separaciön en-
tre instintos del Yo e instintos sexuales, que hemos im-
puesto a nuestra psicologfa, demuestra asi hallarse en
armonia con el espfritu de nuestro idioma. Ei hecho de— 140 —
S.
METAPSICOLDODGTIA
que no acostumbramos a decir que un instinto sexual
ama a su objeto y veamos el mäs adecuado empleo de la
palabra «amar» en la relaciön del Yo con un objeto sexual»
nos ensefia que su empleo en tal relaciön comienza üni-
camente con la sintesis de todos los insfintos parciales
de la sexualidad, bajo la primacia de los genitales y al
servicio de la reproduceiön.Es de observar, que en el uso de la palabra «odiar»
no aparece ninguna relaciön fan intima con el placer se-
xual y la funciön sexual; por el contrario, la relaciön de
displacer parece ser aquf la ünica decisiva. El Yo odia,
aborrece y persigue con propösitos destructores a todos
los objetos que llegan a suponerle una fuente de sensa-
ciones de displacer, constituyendo una privaciön de la
satisfacciön sexual o de la satisfacciön de necesidades
de conservaciön. Puede incluso afirmarse, que el verda-
dero prototipo de la relaciön de odio no procede de la
vida sexual sino de la lucha del Yo por su conservaciön
y afirmaciön.La relaciön enire el odio y el amor, que se nos pre-
sentan como completas antitesis materiales, no es, pues,
nada sencilla. El odio y el amor no han surgido de la di-
sociaciön de un todo original, sino que tienen diverso
origen y han pasado por un desarrollo distinto y particu-
lar a cada uno, antes de constituirse en antitesis bajo la in-
fluencia de la relaciön <placer—displacer». Se nos plan-
tea aqui la labor de reunir todo lo que sobre la genesis
del amor y el odio sabemos.El amor procede de la capacidad del Yo de satisfacer
aufoeröficamente, por la adquisiciön de placer orgänico,
una parte de sus movimientos instintivos. Originariamen-
te narcisista, pasa luego a los objetos que han sido in-
corporados al Yo ampliado y expresa la tendencia mo-
tora del Yo hacia estos objetos considerados como fuen-
tes de placer. Se enlaza intiimamente con la actividad de-11—
S.
PROF. SS. FR E U D
los instintos sexuales ulteriores y, una vez realizada la
sintesis de estos instintos, coincide con la totalidad de la
tendencia sexual. Mientras los instintos sexuales pasan
por su complicado desarrollo, aparecen fases prelimina-
res del amor en calidad de fines sexuales interinos. La
primera de estas fases es la incorporaciön o
ingestiön, modalidad del amor que resulta com-
patible con la supresiön de la existencia particular del
objeto y puede, por lo tanto, ser calilicada de ambiva-
lente. En la fase superior de la organizaciön pregenital
sädico-anal, surge la aspiraciön al objeto en la forma de
impulso al dominio, impulso para el cual es indiferente
el dafio o la destrucciön del objeto. Esta forma y fase
preliminar del amor apenas se diferencia del odio en su
conducta para con el objeto. Hasta el establecimiento de
la organizaciön genital, no se constituye elamor en anti-
tesis del odio.EI odio es, como relaciön con el objeto, mäs anti-
guo que el amor. Nace de la repulsa primitiva del mun-
do exterior emisor de estimulos, por parte del Yo narci-
sista. Como expresiön de la reacciön de displacer pro-
vocada por los objetos, permanece siempre en fntima
relaciön con los instintos de conservaciön del Yo, de
manera que los instintos del Yo y los sexuales entranfäcilmente en una oposiciön, que reproduce la del amor
y el odio. Cuando los instintos del Yo dominan la fun-
ciön sexual, como sucede en la fase de la organizaciön
sädico-anal, prestan al fin del instinto los caracteres del
odio.La historia de la genesis y de las relaciones del amor
nos hace coinprensible su frecuentisima ambivalencia, o
sea la circunstancia de aparecer acompafiado de senti-
mientos de odio orientados contra el mismo objeto. El
odio mezclado al amor procede en parte, de las fases pre-
liminares del amor, no superadas aün por completo, y en— 142 —
S.
META PSICOLOOGTIA
parte, de reacciones de repulsa de los instintos del Yo,
los cuales pueden alegar motivos reales y actuales en los
frecuentes conflictos entre los intereses del Yo y los del
amor. Asi, pues, en ambos casos, el odio mezclado pue-
de retrotraerse a la fuente de los instintos de conserva-
ciön del Yo. Cuando la relaciön amorosa con un objeto
determinado queda rota, no es extrafio ver surgir el odio
en su lugar, circunstancia que nos da la impresiön de
una transformaciön del odio en amor. Mäs allä de esta
descripciön nos lleva ya la teoria de que en tal caso, el
odio realmente motivado es reforzado por la regresiön
del amor a la fase preliminar sädica, de manera que el
odio recibe un caräcter eröfico, produciendose la conti-
nuidad de una relaciön amorosa.La tercera antitesis del amor, o sea la transformaciön
de amar en ser amado, corresponde a la influencia de la
polarizaciön de actividad y pasividad y queda subor-
dinada al mismo juicio que los casos del instinto de
contemplaciön y del sadismo. Sintetizando, podemos
decir que los destinos de los instintos consisten esen-
cialmente en que los movimientos instinm
tivos son sometidos a las influencias
de las tres grandes polarizaciones que
dominan la vida animica. De estas tres po-
larizaciones podriamos decir que la de «actividad—pasivi-
dad» esla biolögica; lade «Yo—mundo exterior»
la real; y de «placer—displacer» la econömica.Otro de los destinos de ios instintos—la represiön—
merece capitulo aparte.143 —_
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